"No hay sociedades idénticas, no hay países que sean mejores que otros, ni religiones que sirvan para conquistar verdades. Si sólo intentáramos comprender que nuestra vida es tan efímera como un copo de nieve, quizás entonces, después de haber conquistado la belleza, podríamos permanecer serenos hasta la posteridad."


Orhan Pamuk


jueves, 21 de octubre de 2010

Enemigos intimos (Pagina12 ARG)

Foto: Mlahanas.de. Jovencisimos greco-chipriotas al estallıdo de la crisis


Leelo en Pagina12 Argentina pinchando AQUİ

Lucas Farioli / Estambul


La agencia patrocinadora de los eventos de carácter cultural en el marco de la capitalidad europea de la cultura de Estambul, y la Fundación de Inmigrantes de Intercambios de Población Greco-Turcos, han sido los percutores de la iniciativa “Estambul, mi nostalgia” que narra la historia de 47 rum (turcos cristianos de origen griego) que fueron forzados a emigrar a Grecia, radicándose predominantemente en Atenas y Tesalónica.
La exposición, emplazada en el centro cultural del Consulado General griego de Estambul, ha concluido este 19 de octubre.
“Estambul es mi casa, extraño cada una de sus esquinas”, sea quizás la frase más repetida durante las entrevistas que el visitante puede apreciar en el video documental de introducción. El objeto de la iniciativa es mostrar las historias de nostalgia de los que derivan citas como esta. Para ello la exposición aporta fotografías de la época, cartas, documentación y diverso material audiovisual, recreando así aquellos momentos traumáticos.
Grecia y Turquía, aunque archirivales, comparten historias paralelas de convivencia. Fue en el declive del imperio otomano, cuando los zares rusos, que buscaban debilitar a sus eternos adversarios otomanos, financiaron y estimularon una revuelta con trasfondo étnico-religioso en el corazón de los Balcanes. En 1820 en la ciudad ucraniana de Odessa, diplomáticos rusos y comerciantes griegos de los que dependía en buena parte la salud del comercio imperial, fundaron Philiki Hetairia, una sociedad helénica, que daría pie a una insurrección tan sangrienta como efectiva. Serbia y Grecia serían sus máximas beneficiarias, obteniendo su independencia de la mano de personajes como Kara Georges, Alexander Ipsilantis y Milos Obenovic.
En el último período de la disgregación del Imperio Otomano, fue el poderoso Comité de Unión y Progreso, (los “Jóvenes Turcos” del que Mustafa Kemal “Atatürk”, era miembro), el que implementó una nomenclatura “Türkiye” asociada a un componente étnico más del imperio, “Türk”. La expulsión de las tropas griegas durante la Guerra Turca de la Independencia en 1923 supuso la consumación final del proyecto de los Jóvenes Turcos.
Fue el mazado final que termino de derribar un imperio al contrarió que los absolutismos español, o británico, concebía a sus sujetos como los hijos de una única identidad multiconfesional, habiendo sido, como bien califica el turcólgo holandés Eric J. Zürcher, “la más tolerante de las potencias de la época”.
Aunque con sus diferencias tras el tratado de Lausanne, griegos y turcos convivieron en relativa armonía. Al contrario de lo que muchos creen, las batidas de limpieza étnica de uno y otro bando no fueron motivadas por el coste humano de los odios étnicos que se habían forjado durante el colapso del imperio, sino a raíz de la crisis greco-turca de a mediados de la década de los 60, cuando la Dictadura de los Coroneles, se haría con el poder en Atenas y poco después alentaría una rebelión en la isla de Chipre con la intención de anexionarse el territorio, reviviendo el proyecto de la Gran Grecia. La invasión turca del tercio norte de la isla, con el propósito de proteger a las minorías turcas, sería la guinda final, y pie de un conflicto que perdura hasta nuestros días. Aquella animadversión étnica sería el punto de partida de un proceso de intercambios de población sin precedentes.
Para el periodista griego Menelaos Tzafalias, estás cuestiones pierden su sentido cuando uno se topa con personas como Burce Clark, autor del libro Dos Veces un Extraño y que hace referencia al drama humano que supuso las deportaciones masivas en los Balcanes y Anatolia.
Según cita Tzafalias en su artículo para el semanal griego LIFO “Quizás fueran las raíces norirlandesas de Clark las que lo ayudasen a comprender los asuntos que mantienen una misma gente dividida, que está condenada a entenderse y que al final a pesar de que comparten más de lo que reniegan”. Un pasaje que hace clara referencia al sinsentido de los exilios forzados, de las que algunas de las historias que ofrece la exposición “Estambul, mi nostalgia”, dejan patente.
¿Pero cual es el coste humano de la agudeza política que va más allá de la identidad? Para Vasilik Ksida, nacido en Estambul en 1954, deportado en 1969 y uno de los protagonistas del certamen, la cuantía es demasiado alta. “Al llegar a Grecia, nos seguían tratando como enemigos, la gente nos miraba raro”, señala.
Istilyanos Roidis, de 82 años va más allá: “Estambul es el resultado de la mezcla de generaciones de armenios, kurdos, turcos y griegos, Estambul sin alguno ellos no es Estambul, es otra cosa”.
“En el año 55 yo tenía 10 años”, comenta Manis Dökmecioglu, “recuerdo que en aquel entonces al caer la noche, apedreaban las ventanas de las casas de las familias ortodoxas. Un día nuestros vecinos y amigos griegos fueron atacados y le prendieron fuego a su casa, tuvieron que pasar a la nuestra a través del balcón, poco después fueron deportados”.
Como estas 47 historias en una exposición para resumir el odio y la desafuero. Musulmanes de Grecia, ortodoxos de Turquía, y un pasado de éxodo que según los organizadores “no debe ni puede ser olvidado”, y es que la nostalgia no entiende de banderas.

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