"No hay sociedades idénticas, no hay países que sean mejores que otros, ni religiones que sirvan para conquistar verdades. Si sólo intentáramos comprender que nuestra vida es tan efímera como un copo de nieve, quizás entonces, después de haber conquistado la belleza, podríamos permanecer serenos hasta la posteridad."


Orhan Pamuk


miércoles, 29 de junio de 2011

El Drama de los sirios que huyen a Turquía (Tiempo Argentino)



Lucas Farioli / Güveççi


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Las cifras oficiales hablan de 11.716 sirios asentados en campamentos habilitados por el gobierno turco. Escaparon de la violencia en su país y dicen que no volverán mientras el presidente Bashir al Assad se mantenga en el poder.


Finalmente, surgió una mínima causa de alegría dentro de lo que es el drama diario que conlleva el éxodo de refugiados sirios hacia Turquía. Anoche, una muchacha siria que burló el cerco de los militares de Damasco logró cruzar la frontera para casarse con su amado, un joven turco de Antakya. Gracias a su matrimonio, no tendrá que vivir en los campos, donde ya están hacinados 11.716 refugiados que, desde ayer, gozan de un permiso de salida de corta duración para realizar sus compras básicas, algo que han sabido aprovechar los periodistas ávidos de testimonios sobre lo que ocurre del otro lado de la frontera.
Así es cómo Murat, un estudiante de 22 años proveniente de Jsir Ash-Shughur y acérrimo opositor al gobierno de Bashir al Assad habló con Tiempo Argentino. “Tiran a matar, disparan a la cabeza y asesinan a cualquiera que se interponga en su camino”, dice. De su bolso, saca una cámara digital y muestra la foto de un hombre en una cama de hospital y en visibles malas condiciones. “¿Ves esto?, a este hombre le dispararon por la espalda, le destrozaron la columna vertebral y ya no volverá a caminar en su vida”, comenta. Cuando se le pregunta si volverá a Siria, Murat responde que “hasta que no caiga el régimen de Assad no lo hará”.
“Bashir intenta construir un régimen al margen del pueblo sirio. En mi país, no se nos permite abrir la boca, carecemos de libertad. Si se te ocurre criticar al régimen simplemente te matan, por ello escapé a Turquía. Quizás no sea nuestra casa, pero es suelo seguro, nos sentimos bien recibidos y no tenemos miedo”, explica.
Murat no duda de que, “tarde o temprano, el régimen caerá por su propio peso”. Tiene miedo, se niega a que le tomen fotos o lo graben en video. Sin embargo, eso no le impide hablar con firmeza. “Mis padres están en los campos, pero yo estoy aquí porque sé inglés y puedo dar testimonio del sufrimiento de mi pueblo”, concluye.
Turan es un granjero de 33 años que llegó a Güceççi hace pocos días, no tiene noticias de su familia desde entonces y durante horas fija su mirada curtida en el valle desolado que separa Turquía de Siria. Los alambrados de púas y los soldados turcos apostados en los alrededores impiden el acceso a los periodistas. Pero para Turan, detrás de todo eso hay algo más que un paisaje que atestigua una palpable tensa calma. “El horror y la muerte están allí, pero también mi familia”, por ello, apenas puede, quita su mirada de ese valle. “Prendieron fuego mi granja, mataron a nuestras vacas y a las mujeres les hicieron cortes en las mamas”, relata.
“He visto eso y muchas cosas más –dice Turan–, por eso vine hasta aquí, no tengo nada, pero la generosidad de los turcos me salvó la vida. Doy gracias a este país por todo lo que está haciendo por nosotros.” Estas son sólo algunas de las historias que estos refugiados traen consigo, pero que pocos de ellos se animan a contar.
“Hasta hoy hay 11.716 refugiados en los campos de acogida habilitados por el gobierno”, explica Emre Manay, agregado de prensa de la Agencia de Cooperación de Turquía. “Algunos han regresado voluntariamente”, señaló. Eso y no mucho más, dice Manay. Desde el gobierno no se quiere hacer demasiados comentarios y se mantiene el cerco informativo.
Pese a ello, los refugiados cuentan desde ayer con algunas breves horas de permiso para salir de los campos (algo que tenían estrictamente prohibido) para realizar sus compras básicas o distraerse. En la remota ciudad fronteriza de Güveççi, la población ya se acostumbró al revuelo mediático, pero sus habitantes están visiblemente conmocionados ya que muchos de ellos tienen lazos familiares o amigos del otro lado de la frontera.
“Que vengan todos los que quieran”, dice un joven local que prefiere que su nombre no sea divulgado. “Esta es su casa, aquí todos somos familia o amigos, por ello son más que bienvenidos”, agrega. Mientras tanto, el goteo de refugiados no cesa y dan crédito de una realidad que el régimen de Assad no quisiera ver reflejado en los hechos: “El principio del fin de un régimen tiránico ya está en marcha”, considera Murat. <

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